El pasado primero de julio se dio un suceso histórico del que muchos aún no hacen consciencia, pues no solo fue el triunfo de Andrés Manuel López Obrador, primer presidente nacionalista de izquierda en nuestro país, sino un despertar político en la sociedad, de todas las ideologías y tendencias, que provocó un encendido y a veces acalorado debate en las redes sociales, pero también en el café, en las reuniones y todo tipo de eventos sociales y, por supuesto, en los medios tradicionales.
El resultado de las elecciones recientes ya por todos conocido fue verdaderamente apabullante, entregándole al nuevo presidente un poder inaudito, nunca antes visto. Y esto lo comento porque en los tiempos de la “aplanadora” priista cuando siempre se llevaba ese partido lo que la gente llamaba “el carro completo”, el poder y dominio era entregado y controlado por el presidente saliente y su partido, , sin embargo todo ese poder que consta de la presidencia, la mayoría en el congreso federal, en los congresos locales, los cabildos, la mayoría de las gubernaturas que estaban en juego, así como las alcaldías, todo ese poder repito, fue en esta ocasión entregado libremente por el pueblo mediante su voto. Es decir: Por primera vez en México el pueblo le otorgó prácticamente todo el gobierno a un solo proyecto, el de la alianza “Juntos Haremos Historia”.
Este incontrovertible triunfo logrado con una arrasadora mayoría lleva consigo un mandato claro y contundente: ¡creemos en el proyecto y es hora de cambiar todo!
Los analistas, comentaristas e intelectuales llevan ya casi cuatro meses literalmente quebrándose la cabeza tratando de explicarse que fue lo que sucedió, aquellos que no comulgan o se verán afectados por los cambios que ya iniciaron, intentan todo para desacreditar el proyecto y las propuestas, pero siempre sin éxito. Algunos simpatizantes y hasta políticos electos tampoco han entendido el evento y critican, se oponen y exigen, demostrando con ello un análisis tan ligero y simplista como los anti AMLO.
Unos están convencidos de que fue un “voto enojado” y de castigo, otros siguen considerando a la sociedad mexicana como párvulos llegando a extremos absurdos como decir que “el pueblo se equivocó”, como si tal cosa fuera posible en más de 30 millones de personas. Pero ninguno de los “sesudos” análisis de los “expertos politólogos” está dispuesto a aceptar la más clara y sencilla explicación: Después de 80 años de dominio por el mismo grupo y de 30 años de saqueo inmisericorde, el pueblo por fin despertó, se politizó y decidió que ya era suficiente y exiliando a todo un sistema y clase política, la sociedad tomó las riendas de su propio destino en sus manos y entregó un mandato claro y un poder acotado por esa misma sociedad ahora irreductiblemente participativa.
El no entender esto último lleva a los detractores y hasta algunos simpatizantes al análisis superficial y la critica vacía, y como resultado de esto caen en la desesperación y exigencia sin esperar siquiera a que el nuevo gobierno tome posesión, implemente sus programas y solo entonces, después de un tiempo razonable, empecemos a ver resultados.
Al no detenerse a estudiar profundamente el proyecto planteado y votado por la mayoría, es inevitable que sus conclusiones sean siempre lastimosamente equivocadas. Intentaron adivinar e interpretar las propuestas obradoristas durante la campaña y el resultado les demostró que estaban equivocados, y ahora con ese mismo ejercicio vacuo y sin sentido, han gastado miles de palabras para intentar “demostrar” que solo ellos tienen la razón y el resto de los mexicanos somos ineptos, por decir lo menos. Es claro y evidente que quienes se oponen al mandato contundente de la mayoría de quienes votamos aún no comprenden (y quizá nunca lo hagan) que el cambio es tan inevitable como irreversible.
Mientras quienes podrían ser oposición no se detengan y estudien seriamente la magnitud y profundidad del evento ocurrido el pasado primero de junio, los cambios que la sociedad demanda, y la sociedad misma les seguirá pasando por encima sin que ellos puedan hacer absolutamente nada al respecto.
