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Alianzas y fracturas partidistas, ¿útiles para la representación o para la supervivencia?

Por: Samantha Gómez

La alianza entre Acción Nacional y el PRI recorre larga historia. Sin embargo, hace no muchos años era impensable que los presidentes de ambos partidos posaran alzados de la mano ante la ciudadanía compartiendo discursos y unificando supuestos proyectos de nación puesto que en el papel teatral eran antagónicos. Resultaba aún más absurdo creer que en un rincón del mismo escenario estaría presente aquel actor que durante los 90s desplegó una enorme lucha contra el régimen oligárquico como una alternativa para las clases despojadas, que después de décadas de resistencia parecían haber encontrado cobijo en las filas del PRD.

El gobierno de López Obrador ha trasgredido fibras del sistema político que pretenden imposibilitar al Estado como la junta administradora de intereses particulares de las cúpulas y élites históricamente dominantes. Al mismo tiempo, la cambiante dinámica en el mosaico de la sociedad mexicana difícilmente ignora las consecuencias del neoliberalismo y mucho menos conjuga con los perpetradores.

De ahí que, a falta de una postura política legitima, el sentir unificador de la llamada oposición está cimentado en ser “anti-obradoristas” y a partir de ese profundo rechazo gira su narrativa. En vez de configurar estrategias y propuestas tangibles para acercarse a los sectores poblaciones que aún no encuentran representación o confianza en alguna fracción o sujeto político, la alianza está haciendo uso de cualquier medio para continuar ocupando escaños en los Congresos, recuperar o siquiera mantener gubernaturas. Ahora que el PRIANRD ha palpado la amenaza de desvanecerse del mapa político, han sido capaces de traicionar sus propios principios, valores e ideales partidistas para finalmente mostrar ante la luz pública el único móvil que les llama: el poder político para enriquecimiento personal.

Foto: @AcciónNacional

Por su parte, el anuncio de Ricardo Mejía Berdeja (exsubsecretario de Seguridad y Protección Ciudadana en el Gobierno Federal) de ser el abanderado por el Partido del Trabajo para buscar la gubernatura de Coahuila tras perder la elección interna de Morena frente a Armando Guadiana, es la muestra más reciente de las fracturas y disconformidades dentro del partido del presidente.

Mismas que desde 2018 han frenado la posibilidad de que Morena se consolide como la base arropadora de las clases subalternas. La ruptura de la coalición “Juntos Hacemos Historia” en Coahuila deja ver que ambiciones y aspiraciones personales de ciertos actores encabezan aún la forma en que se entiende el ejercicio de la política porque el virtual voto dividido podría resultar suficiente para el triunfo del candidato opositor.

Al no ser el único caso de desavenencias en Morena, es imprescindible una revisión para comprender la forma en que las mismas pugnas internas han costado y restado respaldo popular. Del mismo modo tendrán que determinar cómo solventar el enorme vacío de liderazgo que dejará López Obrador al terminar su mandato a fin de que la ciudadanía encuentre legitimidad en que habrá continuidad de la Cuarta Transformación.

Asimismo, el partido tiene la oportunidad (y urgente necesidad) de otorgar una resignificación sobre el ejercicio político para que éste sea visto y aceptado como una responsabilidad de todas y todos en beneficio de la mayoría. Por ello tiene que dejar de caer en las viejas, comunes y conocidas andanzas (clientelismo, influyentismo, burocracia) que por décadas han lastimado el tejido social mexicano.

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